Leggere e' il miglior rimedio

*l’autore e’ un tale Bruno Kempel

Il primo libro che lessi d’un fiato, senza capirlo a fondo ma indovinando quello che non sapevo, si chiamava Anna. Era un libro di carne e ossa  le cui pagine erano dita e labbra e caverne e montagne che  insegnavano lezioni  imperiture. Non fui io a sceglierlo ma al contrario.

Dalla prefazione alla fine era una pura lezione di vita. Ogni frase pronunciata dalle sue dita  accaponava la pelle  in tutti i miei sensi ed ogni paragrafo quasi sempre finiva in un sospiro di allegria. Ogni capitolo era un invito irrinunciabile a visitare il prossimo, e cosi’ fino a svenire di tanto leggere ed esser letto.

Credo che ad Anna la lessi tutti i pomeriggi dei miei 13 anni, mentre le colombe ci spiavano dalla finestra  del balcone, probabilmente tentando di imparare a leggere come facevamo noi.

Oggi, si oggi, dopo tanti anni, lustri, decenni, frasi , paragrafi e capitoli protagonizzati da me in lungo e  in largo della mia vita, so che nei non pochi libri  che ho letto e leggo da allora, sempre ho cercato e cerco tra le gambe delle sue righe, tra le frasi dei suoi muscoli, tra i capitoli dei suoi seni, tra la conclusione del suo bacino, la prima Anna che lessi in prosa e versi e capii senza  parole. Debbo riconoscere che poche volte l’ho trovata.

Dev’essere per questo che tutti i libri per me sono uno solo, anche se tradotto nel linguaggio di ognuna delle sue autrici. Tutte le mutande mi insegnano la stessa ripetuta lezione, e tutte le volte che leggo e capisco mi sento come se avessi tredici aprili in fiore e fossi io l’autore del libro.

El primer libro que leí de punta a punta sin haber llegado a entenderlo a fondo pero adivinando lo que no sabía, se llamaba Ana. Era un libro de carne y hueso y cuyas páginas eran dedos y labios y cavernas y montañas que enseñaban lecciones imperecederas. No fui yo quien lo eligió, sino todo lo contrario.
Desde el prólogo y hasta el punto final era un puro aprender a vivir. Cada frase pronunciada por sus dedos provocaba piel de gallina en todos mis sentidos, y cada párrafo casi siempre terminaba en un suspiro de alegría. Cada capítulo era una invitación irrechazable a visitar el siguiente, y así hasta desmayar de tanto leer y ser leído.
Creo que a Ana la leí todas las tardes de mis trece años, mientras las palomas nos espiaban por la ventana del balcón, probablemente intentando aprender a leer como nosotros lo hacíamos.
Hoy, sí, hoy, después de tantos años, lustros, décadas, frases, párrafos y capítulos protagonizados por mí a lo largo y a lo ancho de la vida, sé que en los no pocos libros que leí y leo desde entonces, siempre buscaba y busco entre las piernas de sus renglones, entre las frases de sus muslos, entre los capítulos de sus senos, entre la moraleja de sus pelvis, a la primera Ana que leí en prosa y verso y entendí sin más palabras. Debo reconocer que pocas veces la encontré.
Debe ser por eso que todos los libros para mi son uno solo, aunque siempre traducido al lenguaje de cada una de sus autoras. Todas las entrepiernas me enseñan la misma y repetida lección, y todas las veces que leo y entiendo, me siento como si tuviera trece abriles en flor y fuera yo el autor del libro.
(omaggio alla mutanda di Die)